martes, 29 de agosto de 2017

No estaba muerto

Como decíamos ayer...

He superado, más o menos, un nuevo infarto óseo en la cadera.

Una situación familiar de alta tensión emocional, a finales de octubre, provocó que me pegara un tercer zapatazo en el lado derecho.

He llevado mal la incertidumbre de mi futuro porque los dos infartos anteriores desembocaron en perdidas de pareja, de proyectos y trabajos, de dinero y de estabilidad emocional... pero creo que llevé aún peor tener que dejar de hacer ejercicio.

Estaba encantado con el crosstraining que acababa de empezar, con el club AUT, con conocer gente nueva en una actividad distinta e íntima, con haber sacado valor, tiempo y decisión... y con los resultados.

Ojo, que estuve meses de agujetas ¡diarias! y no exagero.
He llegado a rodar por la cama para bajarme de ella y nunca quise abandonar. Porque me dolía el cuerpo a renacer, a crecimiento, a que recuperaba los dos años y seis meses de convalecencia anteriores.

No podía decir lo mismo cada vez que empezaba un entrenamiento. En todos y cada uno de ellos me preguntaba si había necesidad de sufrir tanto y el abandono me parecía una opción más que lógica.

No hay recompensa sin esfuerzo y el entrenador era maravilloso provocando en mí ilusión.

Así que un infarto más, el tercero, me obligo a proteger mi actividad, mi dieta, mis pensamientos, y poner en práctica todo lo que había aprendido de los dos anteriores.

Carga en el tren inferior cero, estrés nulo, amor, nada de grasa, paciencia en vena, medicación, vitaminas, colágeno, mucha agua y estiramientos dolorosos para provocar riego sanguíneo en la zona.

Reduje la lesión a menos de un año y nunca llegué a coger muletas como las veces anteriores.

Lo que sí cogí fueron kilos, muchos para mi gusto.

Llegué a pesar los 84kg cuando ya estaba en 78kg y bajando.

Me deprimió un poco.

Me sentía desdichado y en mi cabeza se dibujaba un futuro, no muy lejano, con bastón, o en silla de ruedas, o con intervenciones quirúrgicas en las que no tengo ninguna fe.

Como decía me siento casi recuperado, y aunque cada vez menos, esa imagen sigue en mi cabeza.

Lo bonito de mi blog personal, público, es que me ayuda a repensar.

No moldeo cada palabra para acercarme a lo que realmente pienso, que también, sino que al leer lo que escribo tengo la oportunidar de redimir mi pensamiento, y me escucho.

Me someto a examen y el problema es ese, que me pongo nota también yo y no sé cómo se hace bien.
Aunque ha habido otros jueces que eran bastante peores que yo, ellos ni dudaban si lo hacían bien o mal.
Ni se lo cuestionaban.

No me someto a examen para ser políticamente correcto al expresarme, sino para ver si hay en mí detalles que rechazaría en otros, y corregirme en consecuencia.

No quiero ser lo que critico y no es fácil.
Pero nunca pretendió serlo.

De hecho pretendía ser más un diario que un diván y me gustaba la forma que tomó al final.
Debo recuperar el estilo que me divertía al escribirlo, porque esta entrada dista mucho de aquellas que contaron mi temporada 2015-16.

Esta etapa bloguera me pilla desganado, pero lo voy a intentar, sin la vehemencia de la anterior, pero lo voy a intentar.

Siempre me resultó divertido y ameno, era comparable a hacer ejercicio, me descargaba y entrenaba el cerebro.

Cerebro.
Cerebro.
Cerebro.

Bueno pues ya he calentado, a ver si mañana tengo agujetas en él.

La foto es falsa, sigo vivo.